jueves, 24 de marzo de 2011

EL NIÑO SOL



Presentan cálices de luz de luna
las raíces del astro al que amamanta.
Su cara tiene un no sé qué de santa
y un misterio de noche sin fortuna.

El niño sol, al alba, desayuna
paisajes que han crecido en su garganta
mientras tirita en su verdor la planta
que llena de colores la gran cuna.

Dos lunas para un sol, ¡qué maravilla!
Dos noches para un resplandor sonoro.
Dos pechos para huir la pesadilla

de días sin canales para el oro.
Dos cálices que siente en la mejilla
latiendo, el niño sol, como un tesoro.



miércoles, 23 de marzo de 2011

EL PARTIDO





            Rafael se frotaba las manos: «¡el primero!». Pepe, después de celebrar el gol, volvía la cara hacia él con un tono de tristeza en la voz: «hemos marcado demasiado pronto, Rafael». Rafael le miraba un momento con una expresión imprecisa, y seguía hablando con Alberto.
            Pepe nunca escuchaba las conversaciones entre su padre y Rafael. Pepe pensaba que la circunstancia de no poder intervenir nunca en las conversaciones entre su padre y Rafael era un misterio más entre tantos de los que él no podía comprender. Como el hecho que estuviese tan gordo y, a pesar de seguir un régimen estricto a base de verduras y carne a la plancha, no adelgazase nunca. O que todo el mundo pareciese conocer incluso los rincones más ocultos de su pensamiento y, por este motivo, nunca le hiciesen caso o se riesen de él o le rechazasen siempre. Y lo que era más importante: que su padre, Alberto, no le concediese ninguna importancia, y él, no sabia por qué, tampoco.
            Cuando Osasuna marcó el empate, Rafael hizo una mueca de sorpresa y disgusto. Pepe se dio cuenta que el gol se parecía al de “Quini” en la final de la Recopa del 82. Una falta cerca del área, botada rápidamente mientras los defensas contrarios están distraídos, y gol. El año 1982, el año del Mundial, el año en que Pepe empezó a navegar, el año de los últimos Reyes Magos, el año en que se le borró la sonrisa, el último año de mediana lucidez, de querer a sus padres como hijo, a sus hermanos como hermano, a sus abuelos como nieto, a sus amigos como amigo.
            Cuando Osasuna marcó el empate con esa picardía, Pepe supo que el árbitro no ayudaría al Barça, y que el Barça perdería ese partido y también la Liga.
            Al salir del Camp Nou, subiendo por la Avenida de Juan XXIII, Pepe como había hecho siempre, aunque ahora lo hacía descaradamente y sin culpabilizarse, empezó a fijarse en los culos de las chicas. Pepe tenía la suerte que las chicas vistiesen vaqueros ajustados. Escogía los que le gustaban más y retenía sus formas en la memoria. Sabía que, cuando lo necesitase, podría tener la imagen que más le había impactado. Pepe recordaría, también, perfectamente, la jugada del gol del Barça, así como las de todos los que había marcado durante la Liga, y esperaría, con ilusión, el siguiente partido de su equipo.
            En el metro, los aficionados de Osasuna cantaban en éusquera y alzaban banderas y bufandas. El padre de Pepe callaba. Pepe sabía que su padre difícilmente hablaría hasta llegar a su casa.
            En el andén de María Cristina, no cabía ni una aguja. Cuando el metro llegaba, todos los asientos estaban ocupados. Los aficionados del Barça y los de Osasuna abrían las puertas de los vagones y entraban, gritando y riendo, al espacio que había entre los asientos. Los que estaban sentados, los más previsores, habían subido en la estación de Palacio Real y, aunque llevaban bufandas azulgrana, parecía que les molestaba todo aquel jaleo.
            Alberto nunca sonreía, y las palabras que soltaba de vez en cuando, le sonaban a su hijo como advertencias, en vez de palabras de ánimo o apoyo. Pepe pensaba que el mundo, la vida, las relaciones entre las personas, tenían una lógica, y se esforzaba en ser el hijo perfecto, el hermano perfecto, el nieto perfecto, el amigo perfecto, y creía que todo su esfuerzo merecía un premio. Por lo menos, una sonrisa, una palabra amable.
            En la estación de Cataluña los vagones se desocupaban y el padre de Pepe podía sentarse. Pepe se quedaba de pie por si alguna persona mayor quería sentarse. Si Pepe se hubiese visto, de pie, al lado de su padre sentado, rodeado de asientos vacíos, se habría dado cuenta de la ridiculez de su gesto.
            En Lesseps bajaban padre e hijo. El padre de Pepe se quejaba, porque las escaleras mecánicas no funcionaban: «¡y ahora, además, a subir a pie!». Al llegar a la calle Sant Salvador, Pepe saludaba a Fernando con la mano y una sonrisa avergonzada, tímida, impropia de un chico corpulento como él. «¿De qué conoces a éste?», le preguntaba Alberto en un tono desabrido que, a Pepe, le extrañaba y le daba miedo. Pepe intentaba encontrar las palabras que no hiciesen pensar a su padre que estaba mintiendo.
            Pepe intentaba hacer siempre lo que su padre quería que hiciese, aunque a veces no estuviese completamente de acuerdo. O no lo estuviese en absoluto. Pepe aún no lo sabía, pero, si había mentido tanto durante su vida, era por su afán de sobrevivir, de protegerse, de creer en sí mismo.
            «Es Fernando; le conozco de aquí, del barrio; a veces coincidimos en algún bar». Alberto fruncía el ceño y continuaba andando. Se cruzaban con Carmina a la altura de la calle la Granja: «¡buenas noches!». «Adiós», decía Pepe con voz tenue. «¡A ésta sí que la conozco desde siempre!», decía Alberto sin perder el tono adusto.
            Pepe sabía que en su casa, de noche, en la litera que ya no compartía con su hermano, podría consolarse solo como había aprendido a hacer muchos años atrás, cuando pensaba que su intimidad era respetada. Sabía que recordaría perfectamente la imagen que tenía en la memoria y que su virilidad no le fallaría. Esto era lo único que le hacía sentir vivo y libre.
            Pepe había pasado de fijarse en los pechos de las chicas a fijarse en la entrepierna, y, más tarde, a fijarse en los culos, hasta que llegó a pensar que, lo que, a él, le pasaba era que tenía un sadismo anal.  Pepe no había estado nunca con ninguna mujer y su psiquiatra le había prohibido volver a intentarlo. A pesar de todo, a él, le seguían atrayendo las chicas.
           
            —Te lo han explicado, ¿verdad, José?
            —No, yo había leído; había leído a Freud...
            —Te lo han explicado, José, ¡qué majo eres!
            —Es que tengo “La interpretación de los sueños” en tres libros de...
—Freud: no niego que fuese un genio, pero mejor leerlo para irse a dormir; bueno,  majísimo, acuérdate: el próximo miércoles, los tests; sobre todo no bebas; ya verás que la psicóloga es muy agradable.

            Pepe esbozaba un gesto de aprobación y una sonrisa. Confiaba plenamente en su psiquiatra, aunque las terapias que le había impuesto hasta ese momento no le habían librado de sus miedos ni de sus inseguridades. Los tests que tendría que pasar el miércoles, tenían que servir para saber su cociente de inteligencia. Pepe estaba ilusionado, porque el resultado de los tests podría acreditarle la condición de genio de la que se había hablado en su escuela, aunque él no era plenamente consciente de ello y nunca lo había creído del todo. Si lo era, ya se reflejaría en los tests, pensaba. Pepe había vuelto a beber cerveza. Era lo único que le aliviaba la angustia de sentirse un extraño entre la gente.
           
            —De acuerdo, Laura, intentaré quedar bien.
—No se trata de quedar bien, José, se trata de mostrarte tal como eres, sin anticipar nada.
            —Muy bien, Laura, ya lo entiendo; ¿para cuándo pido hora?
            —Para dentro de un mes, y no bebas, que te sienta fatal.
—De acuerdo, Laura; ¿sabes?, sólo bebo cerveza sin alcohol, y sigo el régimen del doctor Riera, el endocrinólogo; ¡sigo un régimen estricto!
—Me engañas, José, me engañas: ya sabes que hablo con tus padres;  yo te veo bien; pide hora para un martes o un viernes; ¡ah!, y acuérdate de ir al INEM para sellar.
            —¿Por lo del curso de carpintería?
—De carpintería o de lo que sea; lo que quiero es que te concentres en una sola cosa y la hagas bien.
—Me parece que me toca dentro de dos meses; ¡es que se me juntan tantas cosas!
—¿Has tenido alguna idea extraña?; ya sabes que siempre puedes llamarme aquí o a la Clínica.
            —No, no, Laura, ya lo sé; a veces tengo pequeñas sonrisas, pero...
            —Pero las puedes controlar, ¿verdad?
—Sí, ahora sí; pero yo pensaba si no podrías intentar rebajarme la medicación.
—No es el momento, José; lo podríamos intentar, pero ¿de qué serviría arriesgarnos ahora? Vamos, José, que yo te veo muy bien; te acompaño hasta la puerta.
            —Sí, sí, ya lo entiendo; adiós, Laura.
            —Hasta pronto, majísimo.

            Laura apuntaba en la historia clínica de Pepe las conclusiones que había obtenido de la consulta. Pepe se fijaba en las primeras palabras que su psiquiatra escribía, y ya estaba acostumbrado a que siempre fuesen las mismas de los últimos cinco años: «muy bien». Pero Pepe no se encontraba “muy bien”, sino que sentía un gran vacío en su interior. «Son cosas de la depresión; ya te acostumbrarás», le decían, pero esas palabras no hacían más que aumentar su sensación de desamparo.


            Ya hacía más de tres semanas que Pepe había empezado a asistir al curso de carpintería de taller que subvencionaba el INEM.
            Pepe se esforzaba en interesarse por las herramientas y la mecanización de la madera, pero lo que le resultaba más gratificante era ganarse la amistad de los compañeros de curso. Estaba convencido que, si no encontraba trabajo de carpintero, siempre le quedaría la opción de volver a la Universidad y trabajar después de obtener el título universitario que ganaría gracias a su esfuerzo intelectual. Tres, cinco años más: ¿qué importancia tenía? Pepe era muy optimista. Pepe tenía veintiséis años, pesaba cerca de cien quilos, llevaba un bigote corto, descuidaba su higiene, bebía dos cañas de cerveza cada día, una antes de entrar en el taller y otra al salir, y componía poesías muy poco trabajadas y muy sentidas que anotaba en un cajoncito del cerebro mientras iba en autobús hacia su casa.

Subo en Lesseps o Fontana,
Diagonal, Paseo de Gracia,
y, en Cataluña, trasbordo;
Urquinaona, Arco de Triunfo,
Marina, Glorias y Clot:

¡de la rutina diaria
nadie escapa ni escapó!

            Pepe pensaba que toda la gente era buena y que su poesía era genial y tenía que gustarle a todo el mundo. Recordaba que, antes de la “mili”, ya había escrito alguna, aunque, cuando volvió a Barcelona, rompió un montón de papeles que tenía guardados en su escritorio: dibujos y pinturas de cuando iba al colegio, apuntes del Instituto y de la Universidad, las primeras poesías que había escrito; todo lo que le podía recordar un pasado feliz. Había sido un gesto de rabia y de impotencia: uno de los últimos gestos de rebelión que le tolerarían.
            Mientras el autobús 74 giraba por la plaza Sanllehí, Pepe intentaba atar cabos y descubrir si, finalmente, existía alguna relación entre Marita y las canciones de un disco de Lluís Llach que tenía en su casa. Marita era la última chica de quien se había enamorado. Después Pepe sonreía con sus dientes ennegrecidos, movía la cabeza y pensaba, un poco aliviado, que Marita ya ni se acordaba, de él.
            A Pepe, le dolían los labios. Los tenía hendidos, como los dedos de las manos, pero se consolaba al pensar: «¿qué es esto si lo comparamos con la eternidad?».
            Bajando del 74 en la Travessera de Dalt, Pepe ya tenía el título del nuevo poema: RUTINA. Continuaba soñando despierto mientras andaba hacia su casa. Pensaba que después de morir iría directo hacia el cielo, donde encontraría al Buen Dios, con barba de nube, vestido de nube, que haría tronar y llover, y diría siempre Amén, como había leído en un cuento.
            Pepe no lo sabía, pero no había ningún misterio ni ningún milagro ni nada que mereciese un premio. Tampoco había culpables. Sólo existía la condición humana, y Dios era un concepto puramente humano. Y Dios existía, y era una vergüenza nombrarlo frívolamente. Y existía el Espíritu Santo, y los ángeles lo custodiaban, porque, cuando él no estuviese, se acabaría el mundo. Porque él quería acabar con su propia vida. Y el demonio existía, y el demonio era un gigante que esperaba desde hacía diez millones de años y durante diez millones de años había iluminado la Tierra, y no le gustaba que los hombres le implorasen piedad. Y sólo Dios podía perdonar, y Dios era el ángel de los ángeles, y había odiado a los hombres y también al demonio por las razones justas. Y Dios lloraba cuando un hombre se quitaba la vida, porque no podía entender por qué lo había hecho. Y Dios amaba toda la creación y quería que siempre tuviese equilibrio, y que el amor la guardase siempre. Y Dios era un ejemplo de equilibrio y de amor. Y el demonio había iluminado el mundo durante diez millones de años y había salvado a muchos hombres justos, porque el demonio tenía poder sobre los hombres y también los amaba. No había culpables. Los hombres y las mujeres se emparejaban, pero ¿con quién podía emparejarse un gigante ciego, sordo, y sin sexo? Diez millones de años esperando, diez millones de años arrojando fuego, diez millones de años deseando, diez millones de años de desequilibrio, diez millones de años queriendo la salvación para poder descansar en paz su mente atormentada, diez millones de años esperando la llama que tomase el relevo.
Mientras subía las escaleras de su casa fatigosamente, Pepe pensaba que faltaban pocos años para los Juegos Olímpicos de Barcelona. ¿Habría una paloma, como en el Mundial de 1982? Poder volar como las palomas: esto es lo que se le había ocurrido; estar fuera del alcance de los hombres.
 Pepe pensó cómo debían de emparejarse las palomas. Las palomas tenían cloaca. Pepe decidió que no quería morir sin haber tenido una relación íntima completa con una mujer.
            Ya en su habitación, acostado en la litera, antes de rezar y dar gracias por poder dormir tranquilo otra noche en su casa, Pepe pensaba por qué el Espíritu Santo se aparecía en forma de paloma. Laura, su psiquiatra, le había dicho en una ocasión: «la fe no es nada más que una muleta, José; utilízala, si la necesitas». Pepe pensaba que, quizá, Laura tenía razón en parte. Pepe nunca había llegado a entender del todo la misa y la eucaristía. Después de rezar el “Gloria Patri” y dar gracias por haber podido tener su momento de intimidad, Pepe intentaba que el sueño no le impidiese santiguarse.
            Laura tenía los ojos de un color azul purísimo, como a Pepe le habría gustado tenerlos. Pepe creía que, si los hubiese tenido de este color, habría conservado el cabello rubio como el oro que tenía cuando era pequeño y tanto le habían envidiado sus hermanos. Ojos azules: ¡qué rompecabezas! Ojos azules como los ángeles. Ojos azules como los de Gamper.

Nuestro amigo y compañero Sr. Joan Gamper, de la sección
de fútbol de la “Sociedad Los Deportes” y antiguo campeón suizo,
deseoso de poder organizar algunos partidos en Barcelona,
ruega a cuantos sientan aficiones por el referido deporte
se sirvan ponerse en relación con él,
dignándose al efecto pasar por esta redacción
los martes y los viernes por la noche de 9 a 11.

            Joan Gamper se había quitado la vida. Y todos los “culés” llevaban el signo de los cainitas sin saberlo, y pasaban rápidamente de la mayor euforia a la indignación más sentida. Y Pepe había aprendido a sentirse culpable de las derrotas del Barça y a considerar las victorias de su club como un premio a una serie de buenas acciones que Pepe se esforzaba en realizar cada día. Pensaba que cada error suyo era un triunfo del azar y que cada gesto amable hacia la gente, era un triunfo suyo sobre el azar. Así obtenía el castigo o el premio que no podían ofrecerle el mundo y sus líos, que Pepe no podía entender ni controlar y de los que se sentía excluido.
Pepe ya estaba en el más profundo de los sueños: un niño de cabello rubio y mirada limpia le decía con voz firme y semblante afligido desde un jardín lleno de rosas de todos los colores, donde estaban otros dos niños: «¡en qué te has convertido, José!».


EL PARTIT




            El Rafael es fregava les mans: «el primer!». El Pep, després de celebrar el gol, tombava la cara cap a ell amb un deix de tristesa a la veu: «hem marcat massa aviat, Rafael». El Rafael se'l mirava un moment amb un gest ambigu, i continuava parlant amb l'Albert.
            El Pep no escoltava mai les converses entre el seu pare i el Rafael. El Pep pensava que el fet de no poder intervenir mai en les converses entre el seu pare i el Rafael era un misteri més entre tants dels que ell no podia comprendre. Com el fet que estigués tan gras i, tot i fer un règim estricte a base de verdures i carn a la planxa, no s'aprimés mai. O el fet que tothom semblava conèixer fins i tot els racons més amagats del seu pensament i, per aquesta raó, no li fessin mai cas o se'n riguessin o el rebutgessin sempre. I el que era el fet més important: que el seu pare, l'Albert, no li donés cap importància, i ell, no sabia per què, tampoc.
            Quan l'Osasuna va marcar l'empat, el Rafael va fer un gest de sorpresa i enuig. El Pep va adonar-se que el gol s'assemblava al d'en “Quini” a la final de la Recopa del 82. Una falta a prop de l'àrea, treta ràpidament mentre els defenses contraris baden, i gol. El 1982, l'any del Mundial, l'any en què el Pep va començar a navegar, l'any dels últims Reis, l'any en què se li va trencar el somriure, l'últim any de mitjana lucidesa, d'estimar els pares com a fill, els germans com a germà, els avis com a nét, els amics com a amic.
            Quan l'Osasuna va marcar l'empat amb aquella picardia, el Pep va saber que l'àrbitre no ajudaria el Barça, i que el Barça perdria aquell partit i també la Lliga.
            Sortint del Camp Nou, per l'Avinguda de Joan XXIII amunt, el Pep com havia fet sempre, tot i que ara ho feia descaradament i sense tenir cap sentiment de culpa, començà a fixar-se en els culs de les noies. El Pep pensava que era una sort que les noies portessin texans ajustats. Escollia els que més li agradaven i retenia les seves formes a la memòria. Sabia que, quan ho necessités, podria tenir la imatge que més li havia impactat. El Pep recordaria també perfectament la jugada del gol del Barça, així com les de tots els que havia marcat durant la Lliga, i esperaria, il·lusionat, el pròxim partit del seu equip.
            Al metro, els aficionats de l'Osasuna cantaven en èuscar i enlairaven banderes i bufandes. El pare del Pep no deia res. El Pep sabia que el seu pare difícilment parlaria fins que arribessin a casa.
            A l'andana de Maria Cristina, no hi cabia ni una agulla. Quan el metro arribava, tots els seients estaven ocupats. Els aficionats del Barça i els de l'Osasuna obrien les portes dels vagons i entraven, entre crits i rialles, a l'espai que hi havia entre els seients. Els que hi seien, els més previsors, havien pujat a l'estació de Palau Reial i, encara que portaven bufandes amb els colors blaugrana, semblaven molestos amb aquell brogit.
            L'Albert no somreia mai, i les paraules que de tant en tant deixava anar, li sonaven al seu fill com advertències, més que paraules d'ànim o d'empenta. El Pep pensava que el món, la vida, les relacions entre les persones, tenien una lògica, i s'esforçava a ser el fill perfecte, el germà perfecte, el nét perfecte, l'amic perfecte, i creia que tot el seu esforç mereixia un premi. Si més no, un somriure, una paraula amable.
            A l'estació de Catalunya els vagons es buidaven i el pare podia seure. El Pep es quedava dret per si alguna persona gran volia seure. Si el Pep s'hagués pogut veure, dret al costat del seu pare assegut, amb tot de seients buits al voltant, s'hauria adonat de la ridiculesa del seu gest.
            A Lesseps baixaven pare i fill. El pare es queixava, perquè les escales mecàniques no funcionaven: «i ara, a sobre, a pujar a peu!». Arribats al carrer de Sant Salvador, el Pep saludava el Ferran amb la mà i un somriure avergonyit, tímid, impropi d'un jove cepat com ell. «De què el coneixes, aquest?», li preguntava l'Albert amb una eixutesa a la veu que, al Pep, li sobtava i li feia por. El Pep mirava de trobar les paraules que no posessin en dubte, davant el seu pare, que el que deia era veritat.
            El Pep intentava fer sempre el que el seu pare volia d'ell, encara que a vegades no hi estigués completament d'acord. O no hi estigués ni mica. El Pep encara no ho sabia, però, si havia mentit tant durant la seva vida era pel seu afany de sobreviure, de protegir-se, de creure en ell mateix.
            «És el Ferran; el conec d'aquí, del barri; a vegades coincidim en algun bar». L'Albert arrufava el nas i continuava caminant. Trobaven la Carmeta a l'altura del carrer de la Granja: «bona nit!». «Adéu», deia el Pep amb un fil de veu. «Aquesta sí que la conec de tota la vida!», deia l'Albert sense perdre el seu posat eixut.
            El Pep sabia que a casa, de nit, a la llitera que ja no compartia amb el seu germà, podria consolar-se sol com havia après a fer feia molts anys quan pensava que la seva intimitat era respectada. Sabia que recordaria perfectament la imatge que tenia a la memòria i que la seva virilitat no li fallaria. Fer això era l'única cosa que li feia sentir viu i lliure.
            El Pep havia passat de fixar-se en els pits de les noies a fixar-se en l'entrecuix, i, després, a fixar-se en els culs, fins que va acabar pensant que el que, a ell, li passava era que tenia un sadisme anal. El Pep no havia tingut cap dona i la psiquiatra li havia prohibit de tornar a intentar-ho. Malgrat tot, a ell, li continuaven atraient les noies.
           
            —T'ho han explicat, oi Josep?
            —No, jo havia llegit; havia llegit Freud...
            —T'ho han explicat, Josep, que ets maco!
            —És que tinc “La interpretació dels somnis” en tres llibres de...
        —Freud: no nego que fos un geni, però millor llegir-lo per anar a dormir; bé maquíssim, recorda-te'n: el pròxim dimecres, els tests; sobretot no beguis; ja veuràs com la psicòloga és molt agradable.

            El Pep feia un gest d'aprovació i un somriure. Confiava plenament en la seva psiquiatra, tot i que les teràpies que li havia imposat fins aquell moment no li havien fet perdre les seves pors ni les seves inseguretats. Els tests que li havien de fer aquell dimecres havien de servir per saber el seu quocient d'intel·ligència. Estava il·lusionat pel fet que els resultats dels tests li acreditessin la condició de geni de la qual s'havia parlat a l'escola, tot i que ell no en tenia consciència plena ni s'ho havia acabat de creure mai. Si ho era, ja quedaria reflectit en els tests, pensava. El Pep havia tornat a beure cervesa. Era l'única cosa que li treia l'angúnia de sentir-se un estrany entre la gent.
           
            —D'acord, Laura, intentaré quedar bé.
            —No es tracta de quedar bé, Josep, es tracta de mostrar-te tal com ets, sense anticipar res.
            —Molt bé, Laura, ja ho entenc; per quan demano hora?
            —Per d'aquí a un mes, i no beguis, que no et prova gens.
            —D'acord, Laura; saps?, només bec cervesa sense alcohol, i faig el règim del doctor Riera, l'endocrinòleg; faig un règim estricte!
            —M'enganyes, Josep, m'enganyes: ja saps que parlo amb els teus     pares; jo et veig bé; demana per un dimarts o un divendres; ah!, i recorda-te'n, d'anar a segellar a l'INEM.
            —Per allò del curs de fusteria?
            —De fusteria o del que sigui; el que vull és que et concentris en una sola cosa i que la  facis bé.
—Em sembla que em toca d'aquí a dos mesos; és que són tantes coses que se m'ajunten!
—Has tingut alguna idea estranya?; ja saps que sempre em pots trucar aquí o a la Clínica.
            —No, no, Laura, ja ho sé; a vegades em vénen petits somriures però...
            —Però els pots controlar, oi?
            —Sí, ara sí; però jo havia pensat si no podries provar de rebaixar-me  la medicació.
—No és el moment, Josep; ho podríem fer, però què en trauríem d'arriscar-nos ara? Va, Josep, que jo et veig molt bé; t'acompanyo fins a la porta.
            —Sí, sí, ja ho entenc; adéu, Laura.
            —Fins aviat, maquíssim.

            La Laura apuntava a la història clínica del Pep les impressions que havia tret de l'entrevista. El Pep es fixava en les primeres paraules que la seva psiquiatra escrivia, i ja s'havia acostumat a què sempre fossin les mateixes des de feia cinc anys: «molt bé». Però el Pep no es trobava “molt bé”, sinó que sentia una gran buidor per dintre. «Són coses de la depressió; ja t'hi acostumaràs», li deien, però això no feia més que augmentar el seu sentiment de desemparança.


            Feia tres setmanes que el Pep havia començat el curs de fusteria de taller que subvencionava l'INEM.
            El Pep s'esforçava a interessar-se per les eines i la mecanització de la fusta, però el que li resultava més gratificant era fer-se amic dels companys de curs. Estava convençut que, si no trobava feina de fuster, sempre podria tornar a la Universitat i treballar després d'obtenir el títol universitari que guanyaria gràcies al seu esforç intel·lectual. Tres, cinc anys més: quina importància tenia? El Pep era molt optimista. El Pep tenia vint-i-sis anys, pesava al voltant de cent quilos, duia un bigoti escàs, descuidava la seva higiene, bevia dues canyes de cervesa cada dia, una abans d'entrar al taller i una altra en sortir-ne, i feia poesies poc rumiades i molt sentides que anotava en un calaixet del cervell mentre anava amb l'autobús cap a casa seva.

Pujo a Lesseps, ve Fontana,
Diagonal, Passeig de Gràcia,
i, a Catalunya, transbord;
Urquinaona, Arc de Triomf,
Marina, Glòries i Clot:

de la rutina diària
només escapa qui pot!

            El Pep pensava que tota la gent era bona i que la seva poesia era genial i havia d'agradar a tothom. Recordava que, abans de fer la “mili”, n'havia escrit alguna, encara que, quan va tornar a Barcelona, va estripar un munt de papers que tenia desats al seu escriptori: dibuixos i pintures de quan anava a escola, apunts de l'Institut i de la Universitat, les primeres poesies que havia escrit; tot el que li podia recordar un passat feliç. Havia estat un gest de ràbia i d'impotència: un dels últims gestos de rebel·lió que li tolerarien.
            Mentre l'autobús 74 girava per la plaça de Sanllehí, el Pep intentava lligar caps i esbrinar si, finalment, existia alguna relació entre la Mariona i les cançons d'un disc d'en Lluís Llach que tenia a casa. La Mariona era l'última noia de qui s'havia enamorat. Després el Pep somreia amb les seves dents ennegrides, movia el cap i pensava, un xic alleujat, que la Mariona ja ni se'n recordava, d'ell.
            Al Pep, li feien mal els llavis. Els tenia encetats, com els dits de les mans, però es consolava pensant: «què és això si ho comparem amb l'eternitat?».
            Baixant del 74 a la Travessera de Dalt, el Pep ja tenia el títol del nou poema: RUTINA. Continuava somiant despert mentre caminava cap a casa. Pensava que després de morir aniria directe cap al cel, on trobaria el Bon Déu, amb barba de núvol, vestit de núvol, que faria tronar i ploure, i diria sempre Amén, com havia llegit en algun conte.
            El Pep no ho sabia, però no hi havia cap misteri ni cap miracle ni cap cosa que hagués de ser premiada. Tampoc n'hi havia, de culpables. Només existia la condició humana, i Déu era un concepte purament humà. I Déu existia, i era una vergonya parlar-ne frívolament. I existia l'Esperit Sant, i els àngels el custodiaven, perquè si ell no hi era, el món s'acabava. Perquè ell volia acabar amb la seva pròpia vida. I el dimoni existia, i el dimoni era un gegant que feia deu milions d’anys que esperava i deu milions d’anys que il·luminava la Terra, i no li agradava que els homes li demanessin pietat. I el perdó només el podia donar Déu, i Déu era l'àngel dels àngels, i havia odiat els homes i també el dimoni per les raons justes. I Déu plorava quan un home es treia la vida, perquè no podia entendre per què ho havia fet. I Déu estimava tota la creació i volia que tingués sempre equilibri, i que l'amor la guardés sempre. I Déu era un exemple d'equilibri i d'amor. I el dimoni havia il·luminat el món durant deu milions d’anys i havia salvat molts homes justos, perquè el dimoni tenia poder sobre els homes i també se'ls estimava. No hi havia culpables. Els homes i les dones s'aparellaven, però amb qui podia aparellar-se un gegant cec, sord, i sense sexe? Deu milions d’anys esperant, deu milions d’anys llançant foc, deu milions d’anys desitjant, deu milions d’anys de desequilibri, deu milions d’anys volent la salvació per poder descansar en pau la seva ment turmentada, deu milions d’anys esperant la flama que prengués el relleu.
            Mentre pujava les escales de casa feixugament, el Pep pensava que faltaven pocs anys per als Jocs Olímpics de Barcelona. Hi hauria un colom, com al Mundial de 1982? Poder volar com els coloms: vet aquí el que li havia vingut al cap; estar fora de l'abast dels homes. El Pep va pensar com s'ho devien fer els coloms per aparellar-se. Els coloms tenien cloaca. El Pep va decidir que no volia morir sense haver tingut una relació íntima completa amb una dona.
            Ja a la seva habitació, ajagut a la llitera, abans de resar i donar gràcies per poder dormir tranquil una altra nit a casa, el Pep pensava per què l'Esperit Sant s'apareixia amb forma de colom. La Laura, la seva psiquiatra, li havia dit una vegada: «la fe no és res més que una crossa, Josep; fes-la servir, si la necessites». El Pep pensava que potser la Laura tenia part de raó. Ell no havia arribat mai a entendre del tot la missa i l'eucaristia. Després de resar el “Gloria Patri” i donar gràcies per haver pogut tenir el seu moment d'intimitat, el Pep intentava que la son no li privés de senyar-se.
            La Laura tenia els ulls d'un color blau puríssim, com al Pep li hauria agradat tenir-los. El Pep creia que, si els hagués tingut d'aquest color, hauria conservat el cabell ros com un fil d'or que tenia quan era petit i tant li havien envejat els seus germans. Ulls blaus: quin trencaclosques! Ulls blaus com els àngels. Ulls blaus com els d'en Gamper.

El nostre amic i company Sr. Joan Gamper, de la secció
de futbol de la “Societat Els Esports” i antic campió suís,
desitjós de poder organitzar alguns partits a Barcelona,
 demana a tothom qui senti afició per l'esmentat esport
es posi en contacte amb ell, bo i passant per la nostra
redacció els dimarts i els divendres a la nit de 9 a 11.

            En Joan Gamper s'havia tret la vida. I tots el “culés” duien el signe dels caïnians sense saber-ho, i passaven ràpidament de l'eufòria més gran a la indignació més sentida. I el Pep havia après a sentir-se culpable de les derrotes del Barça i a considerar les victòries del seu club com un premi a un seguit de bones accions que ell s'esforçava a fer cada dia. Pensava que cada error seu era un triomf de l'atzar i que cada petit gest amable vers la gent, era un triomf seu sobre l'atzar. D'aquesta manera obtenia el càstig o el premi que no podia oferir-li el món amb els seus tràfecs, els quals el Pep no podia entendre ni controlar i dels quals se'n sentia exclòs.
            El Pep ja estava en el més profund dels somnis: un nen de cabell ros i mirada neta li deia amb veu ferma i posat afligit des d'un jardí ple de roses de tots els colors, on hi havia dos nens més: «en què t'has convertit, Josep!».



ESTA RESOLUCIÓN TIENE CARÁCTER PERMANENTE



            ¿Quién puede asegurar que lo que ha visto o sentido es real o no?
           
Descartes lo puso todo en duda, y creyó que lo que él pensaba era real y, por lo tanto, él existía.
            Pero, ¿nadie ha pensado nunca dónde empieza y dónde acaba el pensamiento? Xamargar piensa que el final de su pensamiento repugna a su propio pensamiento, pero este hecho, quizá, no es más que la certeza que él tiene que dejar de existir, y el miedo a ese momento en que él ya no sea.
            Entonces, ¿qué hay? ¿Disfrutar de la vida?, ¿enamorarse?, ¿ganar dinero? ¿O toda la historia de la civilización no es más que un chiste absurdo? Entonces, ¿qué? ¿Reír sin parar?, ¿o obedecer a tu madre?

            Él quería seguir los pasos que le había marcado su familia, una familia acomodada de Barcelona: estudiar una carrera, tener novia, cumplir el servicio militar, cartas de amor, licencia, noviazgo, doctorado, matrimonio, casa, trabajo estable, hijos, y fiestas de guardar.
            De todo lo dicho ha cumplido el 35%: servicio militar, cartas de amor y fiestas de guardar. Al resto, al 65%, ha tenido que renunciar.
            Es su opinión, la opinión de un poeta.
            ¿Sabéis?, los poetas no están bien vistos en nuestra civilización. ¿Sabéis por qué?, porque tienen la manía de pensar y pensar, y, a veces, en nuestra pulcra civilización, se atreven a escribir cartas a los periódicos y a las chicas que habían querido, sin darse cuenta que ya no tienen dieciocho años ni tienen un padre rico y una madre guapísima, ni la intención de estudiar medicina, ni visten ropa de marca, ni se peinan con secador, ni bailan como bailaban durante las verbenas de San Juan para las chicas guapísimas de buena familia, que ahora están casadas y han cumplido el 100% de los sueños de sus padres.
            Sólo es una opinión. Pero es su opinión, que se ratifica cuando llega a su casa y ve a su hermano con el 65% de su ilusión asesinado, a su madre con la cara marcada por las señales del tiempo y el sufrimiento, a su padre vencido por los años y el cáncer, y entra en su habitación que huele a cerrado, y empieza a reírse sin parar, hasta que su madre le dice que ya está bien, que se tome la medicación
¿Hay que reír, Xamargar? ¡Qué imbécil eres, Xamargar! ¡Tienes lo que te mereces, ni más ni menos!, ¡maricón de mierda!, ¡travestido!, ¡transexual!, ¡moñas! ¡Y, a mi familia, ni la nombres!
¿Habéis visto?, Xamargar es poeta y, estas palabras, antes que herirle, que a veces le hieren, le tendrían que halagar.
El individuo que dice estas palabras, gritando, ha cumplido el 100% de los sueños de sus padres. Aún así o, quizá, por este motivo, no puede comprender que alguien que no está bien visto por esta civilización, un poeta, escriba cartas a su único amor, y le compara con otros proscritos. Todo lo que es diferente, en el mismo saco: imbéciles, enfermos psíquicos, homosexuales, transexuales. Después, ¿qué más? ¿Ciegos?, ¿cojos?, ¿sordos?, ¿enanos?, ¿gitanos?, ¿viejos?, ¿judíos?, ¿bizcos?, ¿disléxicos? Todos viviendo un chiste absurdo y macabro.

¡Ríe, Xamargar, ríe! ¡Ríe, que, por Navidad, fiesta de guardar, te han regalado 50 €uros!

 



AQUESTA RESOLUCIÓ TÉ CARÀCTER PERMANENT


 
            Qui pot dir que el que ha vist o sentit és real o no ho és?
           
Descartes ho posà tot en dubte i va creure que el que ell pensava era real i, per tant, ell existia.
            Però, ningú no ha pensat mai on comença i on acaba el pensament? Xamargar pensa que el final del seu pensament repugna al seu propi pensament, però això, potser, no és més que la certesa que ell ha de deixar d’existir, i la por a aquest moment en què ell ja no sigui.
            Llavors, què hi ha? Gaudir de la vida?, enamorar-se?, guanyar diners? O tota la història de la civilització no és més que un acudit absurd? Llavors, què? Riure sense parar?, o fer el que et mani fer la mare?

            Ell volia seguir les passes que li havia marcat la seva família, una família benestant de Barcelona: estudiar una carrera, tenir núvia, complir el servei militar, cartes d’amor, llicència, festeig, doctorat, matrimoni, casa, treball estable, fills, i festes de guardar.
            De tot això ha complert el 35%: servei militar, cartes d’amor i festes de guardar. A la resta, al 65%, ha hagut de renunciar.
            És la seva opinió, l’opinió d’un poeta.
            Sabeu?, els poetes no són ben vistos a la nostra civilització. Sabeu per què?, perquè tenen la mania de pensar i pensar, i, a vegades, a la nostra pulcra civilització, gosen enviar cartes als diaris i a les noies que havien estimat, sense adonar-se que ja no tenen divuit anys, i ja no tenen un pare ric i una mare guapíssima, ni la intenció d’estudiar medicina, ni vesteixen roba de marca, ni es pentinen amb eixugador, ni ballen com ballaven les nits de Sant Joan per a les noies guapíssimes de bona família, que ara estan casades i han complert el 100% dels somnis dels seus pares.
            No és més que una opinió. Però és la seva opinió, que es referma quan arriba a casa seva i veu el seu germà amb el 65% de la seva il·lusió assassinat, la seva mare amb la cara marcada pels senyals dels anys i el sofriment, el seu pare vençut pels anys i el càncer, i entra a la seva habitació que fa pudor de resclosit, i es posa a riure sense parar, fins que la mare li diu que ja n’hi ha prou, que es prengui la medicació.

S’ha de riure, Xamargar? Que ets imbècil, Xamargar! Tens el que et mereixes, ni més ni menys, marieta de merda!, transvestit!, transsexual!, monyes! I, la meva família, ni l’anomenis!
Heu vist?, Xamargar és poeta i, aquestes paraules, més que ferir-lo, que, a vegades, el fereixen, l’haurien d’afalagar.
L’individu que diu això, cridant, ha complert el 100% dels somnis dels seus pares. Tot i això, o, potser, per això, no pot comprendre que algú que no és ben vist per aquesta civilització, un poeta, escrigui cartes al seu únic amor, i el compara amb altres proscrits. Tot el que és diferent, al mateix sac: imbècils, malalts mentals, homosexuals, transsexuals. Què ve després? Cecs?, coixos?, sords?, nans?, gitanos?, vells?, jueus?, guenyos?, dislèxics? Tots vivint un absurd i macabre acudit.

Riu, Xamargar, riu! Riu, que per Nadal, festa de guardar, t’han regalat 50 €uros!


 

QUÈ HE FET AQUEST NADAL



            Ahir es van acabar les vacances. Aquest Nadal ho he passat força bé. El papà i la mamà em van comprar moltes joguines i vam cantar nadales a l'habitació on hi ha el pessebre. Els papàs sempre em compren més coses per Nadal que per Reis. Diuen que així tinc més temps per jugar. L'arbre no era tan gran com el de l'any passat. Hem de cuidar els arbres i el d'aquest any tenia arrels. El papà diu que el plantarem a la serra de Collserola. Tenia moltes llumenetes que s'encenien i s'apagaven. El meu germà gran i la mamà van posar-hi moltes boles de molts colors. El meu germà gran va sortir a sopar la nit de Cap d'Any. Encara no té divuit anys però s'afaita i surt amb noies. La nit de Cap d'Any me'n vaig anar a dormir d'hora. Des de la meva habitació vaig sentir que el meu germà gran parlava per telèfon. A vegades jo he agafat l'encàrrec quan ell no hi és. Em sembla que la noia es diu Carla. Sempre riu molt i diu que sóc encantador. El meu germà gran s'enfada si no li dic ben clar el que volia la Carla. A mi m'agradaria que em truqués una noia però el papà diu que sóc massa petit. A l'arbre jo tenia una videoconsola Nintendo i un llibre que quan l'obres és un castell o una masia o la cuina de la Ventafocs. S'hi pot jugar si obres les pàgines i mous els ninots que hi ha. El papà tenia una capsa plena de mocadors i la mamà tenia aigua de colònia. El meu germà gran tenia una màquina d'afaitar elèctrica. Jo quan sigui gran no vull tenir pèls a la cara. Quan va trucar la Carla per desitjar-nos un bon any li vaig preguntar per què li agradaven els nois que s'afaiten. Va riure molt però el meu germà gran va agafar de seguida el telèfon. No estava gaire content i em va dir que anés a jugar amb la videoconsola. Jo li vaig dir que no que volia parlar amb la Carla. A la tarda la mamà em va preparar el bany amb aigua molt calenta. Jo jugava amb l'esponja i la mamà em rentava el cap. Quan em vaig quedar sol va entrar el meu germà gran i em va preguntar si volia jugar amb la videoconsola. Li vaig dir que no però la va agafar de la meva habitació i me la va llançar. No hi vaig poder jugar perquè es va mullar tota i ja no funciona. Abans d'ahir els papàs em van portar a casa dels tiets de Sants. El papà i la mamà anaven vestits de negre i van dir als tiets que jo no havia de saber res del que passava. El que em sap més greu és que no podré anar amb el papà a plantar l'arbre de Nadal. El meu germà gran no l'he vist més des de la nit de Reis. S'estava banyant i per ajudar-lo vaig engegar la màquina d'afaitar i la vaig llançar al bany. Estic segur que el meu germà gran se n'ha anat amb la Carla.


domingo, 6 de marzo de 2011

CALIGRAMA


EL TOCADISCOS[i]












¿Quién se acuerda?
                                              ud                 ESTÉREO
Ba        la                            g     o
        i         ban                  a        s     en    ESTÉREO
                          gra  ves,
                                                 a
                                          b
Alguien deja  ba  el                i
                                                   l
                                           e                             S                 B
                                                                     Y[ii]       I           E
                                                                 A                 N       A
                                                               L                     G     T
                y   ponía                                 P                      L     L
                                                                G                  E       E
                                                                   N             L         S
                                                                          O

John  cre  pi  ta  ba  TWIST               AND                SHOUT[iii]
                                            CRASH            CRASH

John  l                                                                 o          you![iv]
          l                                                          o           o!with
          o                                                      o!            veo
          r                                                      o            lo    o
          a                                                      o        in      o!
          b                                                        !oI'm      o
          a                                                               o

El guateque acababa a las diez                          C
                                                                       I           Rba         se
                           todos a casa          el       M           ra  O         pa
                                                                   O        pa    S          ra
                                                                      C se     U             ba
                                                                             R

¿Quién se acuerda?     

                                                      





[i] Caligrama, al estilo de los del poeta catalán Joan Salvat-Papasseit. N. del A.
[ii] “(Disco sencillo, disco de larga duración)”, en inglés. N. del A.
[iii] “Retuércete (crac) y (crac) grita”, en inglés. N. del A.
[iv] “¡Te quiero!”, en inglés. N. del A.

jueves, 3 de marzo de 2011

BLANCO Y NEGRO





1
¿Grafito o diamante?
¿Memoria o estruendo?
¿Trazo, palabra
                          o escarcha
                                             en los dedos?
De los dos carbones,
                                   escojo el primero.
2
¿Sacarina?, ¿azúcar?;
¿cortado?, ¿con hielo?
Yo lo quiero amargo,
puro,
         negro,
                    entero.
3
Diana del arco iris,
matriz,
            centro,
                        ecuador
y destino de los dardos
en que la luz
                     se refracta:
¿quién no ha convergido en ti?,
¿qué blancores te rechazan?
En tu silencio relumbras,
madre,
            niña
                     y muchacha.
4
Sí, tienen ventaja:
la primera acción,
la iniciativa en
                        el juego.
Así son las normas.
No me quejo.
Y sin embargo
                        me alegro
cuando el rey blanco
                                  cae
                                         sobre
                                                   el
                                                       tablero.






NIÑO SOLDADO



Duerme, negrito,
duerme, morito, duerme:
hay un mañana.

Tu madre tiene,
negrito, rosas frescas
y cascabeles.

Morito, sueña:
tu madre trae un ramo
de amaneceres.

Negrito, vive:
tú naciste, negrito,
para la vida.

Tu llanto mece,
morito, las orillas
del desamparo.

El sol, negrito,
seca ríos y fuentes
al ver tu sangre.