Ya llegan los verdugos con su muerte de cera.
Son ellos quienes hablan con voces desabridas:
«el futuro no es vuestro; implorad por las calles».
¿En nombre de qué ciencia nos niegan el mañana?
¿Quién dirá las verdades del día que ya nace?
Todos los que aguardamos que nos salve un milagro,
las mujeres que acunan peluches y azabaches;
si un mal día soñamos con alcanzar la gloria,
si tocamos el cielo, ¿de qué somos culpables?
No, pero nos señalan dedos acusadores
que dicen: «vuestros cuerpos no deben perpetuarse».
Gritemos los confusos, desde el centro del alma:
«¡de la luz somos hijos; cuando la nuestra acabe,
vivirán otros cuerpos en lucha contra el Tiempo!
¡Queremos ver en ellos sangre de nuestra sangre!».