martes, 22 de febrero de 2011

LA NOCHE DE LA ROSA


Alrededor de mí la noche crece.
Pasa el amor fugaz, la rosa llora,
y, mientras se deshoja hora tras hora,
más próxima la luna me parece.

En la queja mi llanto no se mece:
tengo en el pecho un fuego que devora;
tengo algunas virtudes (aunque ahora,
mi corazón, de nada se envanece).

Dejo en un manantial de primavera
reflejos de la noche de esta rosa;
dejo rastros de luz, última espera

de antiguas gestas. Y la fuente ansiosa
de la rosa de ayer será bandera
de un cielo azul donde la luz reposa.

VARIACIONES SOBRE LA PALABRA ENVEJECER

Quisiera ayudarte en tu vejez,
sin ser un estorbo,
sin que lo notaras.
Caminar del brazo por esta
ciudad malsana, sanar
tus oídos cansados, ser el consuelo
de los caminos que recuerdas
titubeando hacia el rumor
de los bosques soñados, hacia los campos
recordados de tu infancia.

Quisiera llevar el peso
de tu paso torpe, ahora que envejeces,
y no sé si mañana tendré
las lágrimas que vierto
por ti, ni sé si tendré tu beso
de cada noche, ni tu voz
que baja hasta punzarme el corazón
que ha crecido contigo,
que ha alentado contigo. Tener
tu corazón que el tiempo ha enlutado
y sentirlo latir siempre
en mi pecho cuando vuelva a los campos
de tu infancia.

Quisiera crecer tanto, sin que lo notaras,
para que cada árbol te trajera
el rumor de nuestros corazones que alientan,
ahora que envejeces, ahora
que cada árbol murmura
los nombres de los que no están, ahora
que cada uno es copa y raíz
como seremos tú y yo.