sábado, 9 de abril de 2011

EL ANTIECÓLOGO




El Antiecólogo vive en una gran ciudad industrial polucionada. Encuentra delicioso el aire contaminado, y no podría vivir sin respirarlo.
El Antiecólogo se levanta tarde y, al asearse, deja correr y correr el agua sin ton ni son. Piensa: «¡aunque fuese el último litro de agua de la Tierra!, ¡a mí no me afectan las restricciones!».
Usa lacas y desodorantes en aerosol, con propelentes colmados de clorofluorurocarbonos. Así destruye un poco más cada día la capa de ozono.
Para ir al trabajo -trabaja en una armería-, no utiliza jamás los transportes públicos. Conduce su destartalado coche que va dejando tras de si una espesa capa de gases, producto de la combustión de una gasolina repleta de plomo. Piensa: «¡esto de la gasolina sin plomo es lo mismo que la comida "light", propio de seres blandengues!».
El Antiecólogo no tiene hijos; tiene sobrinos. Piensa: «¡con el peligro que existe actualmente!, ¡cualquiera se atreve a mantener relaciones ilícitas!».
Al Antiecólogo le gusta fumar -fuma como un carretero- en presencia de sus sobrinos de corta edad. Quiere que empiecen a acumular nicotina y alquitrán desde pequeños.
Si abriésemos el pecho del Antiecólogo, hallaríamos en su interior un corazón renegrido y pegajoso como el petróleo.