viernes, 10 de febrero de 2012

EL INOCENTE


  
Aquel pobre infeliz tenía prisa
por ocultar su escuálido desnudo.
Cogió toda su ropa y, como pudo,
cubrió su blanca piel con la camisa.
 
No sabía si huir de aquella risa
que le hería con su aguijón agudo
o quedarse a su lado, absorto y mudo,
esperando el calor de una sonrisa.

Optó por lo segundo y solamente
obtuvo el premio de una gris mirada.
Cuando por fin cesó la risa hiriente,

no quiso la mujer quedar callada
y le espetó esta frase al inocente:
«niño, tú ni eres hombre ni eres nada».