lunes, 2 de abril de 2012

EL ENFERMERO DE VIRUS





         Siente una gran ternura por lo muy pequeño, por lo microscópico. Cuando algún compañero le dice: «déjalo; éste morirá con tanto calor», se le llenan los ojos de lágrimas; recoge con mucho cuidado la muestra del virus de su microscopio, y lo lleva a un lugar fresco, aireado; lo acuesta en el refrigerador que tiene para estos casos, y contempla con alegría cómo, al cabo de unos minutos, la célula parasitada estalla en millones de retoños de su virus renacido. Entonces sus lágrimas son de alegría, e ingiere los pequeños virus para que hagan uso de su cuerpo a sus anchas.
         Los primeros síntomas de la gripe le indican que sus adorados empiezan a actuar, y no deja que nadie intente curarle.
         A veces se interesa por virus más peligrosos, y aunque le adviertan de las posibles consecuencias, sigue mimando a sus virus, porque como él dice: «todos somos criaturas de Dios y tenemos derecho a la vida».








EL COGEDOR DE TELÉFONOS




         Al cogedor de teléfonos rara vez se le permite tomar un recado.
         En las oficinas donde trabaja, suele pasear entre las mesas esperando que suene algún teléfono; entonces lo coge y, si el oficinista no está allí, le está permitido apuntar el nombre y avisar, discretamente, al destinatario. Es feliz así.
De vez en cuando, es llamado a domicilios particulares para ejercer su oficio.
Según el timbre de la llamada, sabe reconocer a quién va dirigida, tanta es su experiencia; entonces dice: «es para usted...». Nunca escucha la conversación y, si es necesario, permanece en la sala de espera.
Jamás ha atendido una llamada telefónica que preguntara por él.





EL ESCRITOR DE BILLETES




         El escritor de billetes ve peligrar su oficio.
         Los empleados de los bancos le consideran un millonario excéntrico, aunque los banqueros le tienen simpatía.
         A primeros de mes, le ingresan la nómina y acude al banco para retirar treinta mil pesetas en billetes de mil.
         Durante un mes, escribe un pasaje de su novela en cada billete. Concluye un capítulo en el billete número treinta; entonces ingresa el capítulo correspondiente de su novela en el banco, y retira otros treinta billetes de mil pesetas.
         Tiene más confianza en los banqueros que en los miembros de un jurado; por esta razón prefiere que su novela quede en poder de los bancos.
         No se da ninguna prisa en escribir, aunque, posiblemente, el final de su novela peligre con la implantación del €uro.




LA VENDEDORA DE CREPÚSCULOS



         La vendedora de crepúsculos trabaja en las costas occidentales.
         Cuando advierte que alguien está contemplado cómo se pone el sol, le interpela y le recuerda que esa puesta es suya, que ella estaba antes y la vio primero. El interpelado deberá pagar más o menos dinero en metálico, dependiendo de la altura en que esté el sol sobre el mar.
         Es conocida en las playas atlánticas europeas, y aún no ha renunciado a desplazarse hasta las costas del Pacífico, aunque ya es muy vieja para el viaje. Pero sabe que podrá obtener una buena remuneración al vender su propio crepúsculo.

EL ABRAZADOR




         Alquila su presencia en las casas donde hay visitas.
         Espera de pie en el recibidor y, a veces, ayuda a servir las bebidas a la señora de la casa. Jamás dice una palabra.
         Cuando las amigas se van, se encarga de abrazarlas a modo de despedida; así evita molestias a la anfitriona.
         Ayuda a las señoras a ponerse los abrigos y siempre tiene una sonrisa en los labios. Cuando todas se han marchado, la señora de la casa le da una buena propina; entonces sonríe, coge las monedas y busca otro piso donde haya una celebración para volver a alquilarse.
         Con esto se conforma.