domingo, 5 de junio de 2011

ME HABLO DE DIOS





                                    Junto a los ríos de Babilonia,
                           allí nos sentábamos y llorábamos
                                           acordándonos de Sión.[i]
                                                                                                          (Salmo 136: 1)

Me hablo de entonces,
de cuando el Tiempo no tenía nombre y todo era necesario.
De cuando no había luna para las mareas
y Plutón seguía en su órbita todavía.
No había reinos porque no había vida.

Para que yo me hable de entonces, ha sido necesario
que el Universo se reconozca a sí mismo en la mente humana,
y que yo afirme de manera insolente
mi Yo frente a los demás seres
y olvide que mi existencia
es fruto del azar, una probabilidad entre billones,
y que yo no comprenda —o sí comprenda—
que el azar puede ser vencido
por el hombre futuro, por la vida.

Me hablo de entonces, de cuando fue la vida,
de cuando las burbujas de materia
—discontinuidades en el espacio-tiempo—
crearon hipermateria —burbujas en el hiperespacio-tiempo—,
y aquellas eran contenidas por éstas,
así como éstas son contenidas por otras,
y éstas últimas por otras, de forma infinita,
como infinitos son los espacios.
Cuando empezó la vida, los vegetales fueron mudos testigos
del bullicio de sus compañeros,
y con sus sexos abiertos
a los vientos, se anclaron en la Tierra
y conquistaron todos sus ámbitos.
En aquel tiempo, la mínima conducta de la amiba
le bastaba para subir a su propio paraíso.
Y la vida aprendió a recorrer los espacios,
aunque fuera en una dirección solamente,
porque el Tiempo era desconocido.

Me hablo de entonces, cuando murió el primer hombre.
Antes de emprender el viaje,
contempló a los que le querían velando su cuerpo,
quienes, afligidos por la pérdida de su adorado,
estallaron en llanto
y, por primera vez, fueron humanos.
Él, mudo de impotencia, aceleró su hipercuerpo hacia la noche,
y al ganar velocidad, su hipercuerpo o alma
fue aumentando en hipermasa e hipervolumen.
Al acercarse a Plutón, aquel coloso
golpeó la misteriosa esfera, y ésta salió de su órbita.
Vencido, cerró los ojos y quedó dormido,
y tampoco despertó al final de su viaje.

Me hablo de entonces, del primer héroe.
Al morir no sintió rabia
sino que una gran dicha le iluminaba
y siguió el viaje en la noche, lleno de esperanza.
Su alma alcanzó velocidades lumínicas
y todo el Universo se redujo
a una esfera de luz ante sus ojos despiertos.
Su alma fue colmando el Universo
y, cuando entró en la esfera, el Tiempo se detuvo.
Le rodeó una luz que le cegaba,
y el Tiempo retrocedió en su hipermente.
Recordó los episodios de su vida
y más y más fue atrás en su recuerdo.
Vio toda la historia del Universo, y entró en otra Tierra,
en la que hombres, plantas y animales dormían.
Despertó a todos, y todo ser nacido
se aferró a la nueva vida y creció en conocimiento.
Y el héroe fue el primero en trascender el Tiempo,
y pudo volver a la Tierra primitiva
para mostrar el camino a toda criatura.
Venció por vez primera a la muerte
que le parece al hombre tan definitiva.

Me hablo de un cercano día en que subiremos tan alto
que comprenderemos el valor de la vida
para cuyo fin se han vertido tantas lágrimas.
Y habremos derrotado todos los azares,
y habrá una sola Tierra
y nada temerá a la muerte,
porque nada será perecedero.
Porque habremos alcanzado el último de los espacios.
Porque al final del viaje habremos conocido a Dios,
de donde todo procede y a donde todo va.




[i] Op. Cit. Sagrada Biblia, versión directa de los textos primitivos por Mons. Dr. Juan Straubinger, Ed. “The Catholic Press, Inc.”, Chicago, Copyright © 1958, “Library Publishers, Inc.”, pág. 480.