Hace tiempo cayó una maldición
sobre el amor.
Primero fue una maldición
sobre los que huían de un mundo sin futuro,
sin calor, sin sentido, sin ternura,
y buscaban la esperanza, el sueño,
la bendita locura, y querían vivir deprisa, ser,
y luego eran tratados como ratas,
porque habían desertado de un mundo que mentía.
Luego cayó sobre los que amaban al hombre
desde su condición de hombres,
dando la razón a los que odiaban,
a los que sermoneaban, a los ignorantes,
a los que habían convertido el amor en algo feo,
huyendo de los clásicos y de su pureza.
Luego la maldición se extendió
a cualquier forma de amor, incluso al beso,
que confiere a cada boca el don
de haber sido amada.
Y yo, un triste poeta sin amor,
¿qué puedo hacer más que manifestarlo?