MUEBLES
DE DIOS
Unto a mis tíos de
Barcelona,
así nos sentiremos y gozaremos
acordándonos de
Dios.
(Salgo
al 16%)
Muebles y
errores
del remedio
de aquel hombre y de toda necedad.
Recuerdo que
había uno para los mareos
y el putón
seguía mórbido en la vía.
Yo no reía
porque no había birra.
Paramecios y
muebles de hombre han sido necios
y el injerto
del rincón casi lo mismo, eternamente santos,
y una col
declarada insolvente
se enfrenta a
lo que más quieres
y el vino da
resistencia
si es fruto
de la raza o prorroga melones,
y aquello
¿qué será? -sí, es mierda-
es la raza de
un vencido
por un hombre
bebido que respira.
Muebles sin
roces que casi daban risa
comiendo las
arrugas de la tierra
-si continúo
en el despacho mío
crearé un
hipermercado de lujo en el estante de en medio-,
y las erres
eran convertidas en eses
asesinas como
sotas
en las
culpables paredes donde se gritaban
los gritos de
mi despacho.
Cuando rezó
en misa, con vientos en los testículos,
el novicio se
acompañó
de sesos
enteros,
y con vientos
acabó la fiesta,
y se
enquistaron todos los hábitos.
Con aquel
miembro, la misa nocturna era una misa
basta, cara,
sutil, sin compromiso.
Y la birra
corrió por mi despacho,
aunque fuera
había dos creyentes
con el
miembro salido, muy salido.
Muebles de
pobre, de un maniático pobre.
Antes de
tomar viagra,
contento
porque lo veían desnudo de cuerpo,
comió
menudillos con perdices y faisán dorado
-en la olla,
en la olla-,
y avestruz
con jamón serrano.
Mudó los
colores y fue al supermercado en coche
y ¡nada!, a
su ciudad, al supermercado, a casa
fue, aunque
tardó demasiado en volver.
Al agacharse
un poco, aquel goloso
se peó en la
misma acera y ¡ya está! salió la mierda.
Crecido,
cerró el ojete y quedó el domingo
con un cojo
responsable y viejo.
Muebles atroces del rey
Herodes.
Al reír, estaba en Babia
y, con sus flechas,
crucificaba,
y sitiaba de noche, lleno
de calma.
Con calma acabó con
guerras impúdicas
y con tiento condujo
a la guerra a los viejos
decrépitos.
Con calma fue colmando su
crédito
y, cuando fue a la guerra,
él mismo se contuvo.
Regó la cruz que
transportaba
y él mismo se convirtió
en creyente.
Recorrió la periferia de
la villa
y además se equivocó de
cuenta.
Visitó Roma con su
esposa, y creyó en otra vida,
la de las sombras, cantos
y extrañas profecías.
Despertó solo y todo fue
sencillo,
probó la nueva birra y
bebió como un camello.
Y Herodes fue pensando en
convencer a un necio
para que volviese a la
guerra, parecía
recordar al caudillo con
su postura.
Tentó por vez primera a
la suerte
y al parecer le tocó la
primitiva.
Muebles de un cercanías
al que subió un cabo
que se durmió al calor de
la birra
y era paracaidista en
Argentina,
y había derrochado en
todos los bares,
y hablaba de su suegra
y quería tentar a la
suerte,
porque era un pobre
carpintero.
Porque ya había fregado
el último de los despachos.
Porque en un pliegue del
traje había introducido arroz
que de Córdoba procedía
y a Córdoba iba.
Xavier Martí