ME HABLO
DE DIOS
Junto
a los ríos de Babilonia,
allí
nos sentábamos y llorábamos
acordándonos de Sión.1
(Salmo 136: 1)
Me hablo de entonces,
de cuando el Tiempo no
tenía nombre y todo era necesario.
De cuando no había luna
para las mareas
y Plutón seguía en su
órbita todavía.
No había reinos porque no
había vida.
Para que yo me hable de
entonces, ha sido necesario
que el Universo se
reconozca a sí mismo en la mente humana,
y que yo afirme de manera
insolente
mi Yo frente a los demás
seres
y olvide que mi existencia
es fruto del azar, una
probabilidad entre billones,
y que yo no comprenda —o
sí comprenda—
que el azar puede ser
vencido
por el hombre futuro, por
la vida.
Me hablo de entonces, de
cuando fue la vida,
de cuando las burbujas de
materia
—discontinuidades en el
espacio-tiempo—
crearon hipermateria
—burbujas en el hiperespacio-tiempo—,
y aquellas eran contenidas
por éstas,
así como éstas son
contenidas por otras,
y éstas últimas por
otras, de forma infinita,
como infinitos son los
espacios.
Cuando empezó la vida,
los vegetales fueron mudos testigos
del bullicio de sus
compañeros,
y con sus sexos abiertos
a los vientos, se anclaron
en la Tierra
y conquistaron todos sus
ámbitos.
En aquel tiempo, la mínima
conducta de la amiba
le bastaba para subir a su
propio paraíso.
Y la vida aprendió a
recorrer los espacios,
aunque fuera en una
dirección solamente,
porque el Tiempo era
desconocido.
Me hablo de entonces,
cuando murió el primer hombre.
Antes de emprender el
viaje,
contempló a los que le
querían velando su cuerpo,
quienes, afligidos por la
pérdida de su adorado,
estallaron en llanto
y, por primera vez, fueron
humanos.
Él, mudo de impotencia,
aceleró su hipercuerpo hacia la noche,
y al ganar velocidad, su
hipercuerpo o alma
fue aumentando en
hipermasa e hipervolumen.
Al acercarse a Plutón,
aquel coloso
golpeó la misteriosa
esfera, y ésta salió de su órbita.
Vencido, cerró los ojos y
quedó dormido,
y tampoco despertó al
final de su viaje.
Me hablo de entonces, del
primer héroe.
Al morir no sintió rabia
sino que una gran dicha le
iluminaba
y siguió el viaje en la
noche, lleno de esperanza.
Su alma alcanzó
velocidades lumínicas
y todo el Universo se
redujo
a una esfera de luz ante
sus ojos despiertos.
Su alma fue colmando el
Universo
y, cuando entró en la
esfera, el Tiempo se detuvo.
Le rodeó una luz que le
cegaba,
y el Tiempo retrocedió en
su hipermente.
Recordó los episodios de
su vida
y más y más fue atrás
en su recuerdo.
Vio toda la historia del
Universo, y entró en otra Tierra,
en la que hombres, plantas
y animales dormían.
Despertó a todos, y todo
ser nacido
se aferró a la nueva vida
y creció en conocimiento.
Y el héroe fue el primero
en trascender el Tiempo,
y pudo volver a la Tierra
primitiva
para mostrar el camino a
toda criatura.
Venció por vez primera a
la muerte
que le parece al hombre
tan definitiva.
Me hablo de un cercano día
en que subiremos tan alto
que comprenderemos el
valor de la vida
para cuyo fin se han
vertido tantas lágrimas.
Y habremos derrotado todos
los azares,
y habrá una sola Tierra
y nada temerá a la
muerte,
porque nada será
perecedero.
Porque habremos alcanzado
el último de los espacios.
Porque al final del viaje
habremos conocido a Dios,
de donde todo procede y a
donde todo va.
1
Op. Cit. Sagrada Biblia, versión directa de los textos primitivos
por Mons. Dr. Juan Straubinger, Ed. “The
Catholic Press, Inc.”, Chicago, Copyright ©
1958, “Library Publishers, Inc.”, pág. 480.
Xavier Martí
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