viernes, 5 de junio de 2020





MUEBLES DE DIOS



Unto a mis tíos de Barcelona,
así nos sentiremos y gozaremos
acordándonos de Dios.
(Salgo al 16%)

Muebles y errores
del remedio de aquel hombre y de toda necedad.
Recuerdo que había uno para los mareos
y el putón seguía mórbido en la vía.
Yo no reía porque no había birra.

Paramecios y muebles de hombre han sido necios
y el injerto del rincón casi lo mismo, eternamente santos,
y una col declarada insolvente
se enfrenta a lo que más quieres
y el vino da resistencia
si es fruto de la raza o prorroga melones,

y aquello ¿qué será? -sí, es mierda-
es la raza de un vencido
por un hombre bebido que respira.

 
Muebles sin roces que casi daban risa
comiendo las arrugas de la tierra
-si continúo en el despacho mío
crearé un hipermercado de lujo en el estante de en medio-,
y las erres eran convertidas en eses
asesinas como sotas
en las culpables paredes donde se gritaban
los gritos de mi despacho.
Cuando rezó en misa, con vientos en los testículos,
el novicio se acompañó
de sesos enteros,
y con vientos acabó la fiesta,
y se enquistaron todos los hábitos.
Con aquel miembro, la misa nocturna era una misa
basta, cara, sutil, sin compromiso.
Y la birra corrió por mi despacho,
aunque fuera había dos creyentes
con el miembro salido, muy salido.


Muebles de pobre, de un maniático pobre.
Antes de tomar viagra,
contento porque lo veían desnudo de cuerpo,
comió menudillos con perdices y faisán dorado
-en la olla, en la olla-,
y avestruz con jamón serrano.
Mudó los colores y fue al supermercado en coche
y ¡nada!, a su ciudad, al supermercado, a casa
fue, aunque tardó demasiado en volver.
Al agacharse un poco, aquel goloso
se peó en la misma acera y ¡ya está! salió la mierda.
Crecido, cerró el ojete y quedó el domingo
con un cojo responsable y viejo.

 
Muebles atroces del rey Herodes.
Al reír, estaba en Babia
y, con sus flechas, crucificaba,
y sitiaba de noche, lleno de calma.
Con calma acabó con guerras impúdicas
y con tiento condujo
a la guerra a los viejos decrépitos.
Con calma fue colmando su crédito
y, cuando fue a la guerra, él mismo se contuvo.
Regó la cruz que transportaba
y él mismo se convirtió en creyente.
Recorrió la periferia de la villa
y además se equivocó de cuenta.
Visitó Roma con su esposa, y creyó en otra vida,
la de las sombras, cantos y extrañas profecías.
Despertó solo y todo fue sencillo,
probó la nueva birra y bebió como un camello.
Y Herodes fue pensando en convencer a un necio
para que volviese a la guerra, parecía
recordar al caudillo con su postura.
Tentó por vez primera a la suerte
y al parecer le tocó la primitiva.
Muebles de un cercanías al que subió un cabo
que se durmió al calor de la birra
y era paracaidista en Argentina,
y había derrochado en todos los bares,
y hablaba de su suegra
y quería tentar a la suerte,
porque era un pobre carpintero.
Porque ya había fregado el último de los despachos.
Porque en un pliegue del traje había introducido arroz
que de Córdoba procedía y a Córdoba iba.


Xavier Martí 





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