EL ABRAZADOR
Alquila
su presencia en las casas donde hay visitas.
Espera de
pie en el recibidor y, a veces, ayuda a servir las bebidas a la
señora de la casa. Jamás dice una palabra.
Cuando las
amigas se van, se encarga de abrazarlas a modo de despedida; así
evita molestias a la anfitriona.
Ayuda a las
señoras a ponerse los abrigos y siempre tiene una sonrisa en los
labios. Cuando todas se han marchado, la señora de la casa le da una
buena propina; entonces sonríe, coge las monedas y busca otro piso
donde haya una celebración para volver a alquilarse.
Con esto se
conforma.
EL COGEDOR DE TELÉFONOS
Al cogedor
de teléfonos rara vez se le permite tomar un recado.
En las
oficinas donde trabaja, suele pasear entre las mesas esperando que
suene algún teléfono; entonces lo coge y, si el oficinista no está
allí, le está permitido apuntar el nombre y avisar, discretamente,
al destinatario. Es feliz así.
De
vez en cuando, es llamado a domicilios particulares para ejercer su
oficio.
Según
el timbre de la llamada, sabe reconocer a quién va dirigida, tanta
es su experiencia; entonces dice: «es para usted...». Nunca
escucha la conversación y, si es necesario, permanece en la sala de
espera.
Jamás
ha atendido una llamada telefónica que preguntara por él.
Proposta:
Penseu un ofici estrany o absurd, i descriviu en un text com seria
una jornada laboral d'un treballador o treballadora que s'hi
dediqués. Teniu quatre exemples meus escrits en castellà.
LA VENDEDORA DE CREPÚSCULOS
La
vendedora de crepúsculos trabaja en las costas occidentales.
Cuando
advierte que alguien está contemplado cómo se pone el sol, le
interpela y le recuerda que esa puesta es suya, que ella estaba
antes y la vio primero. El interpelado deberá pagar más o menos
dinero en metálico, dependiendo de la altura en que esté el sol
sobre el mar.
Es
conocida en las playas atlánticas europeas, y aún no ha renunciado
a desplazarse hasta las costas del Pacífico, aunque ya es muy vieja
para el viaje. Pero sabe que podrá obtener una buena remuneración
al vender su propio crepúsculo.
EL
ENFERMERO DE VIRUS
Siente una gran ternura por lo muy
pequeño, por lo microscópico. Cuando algún compañero le dice:
«déjalo; éste morirá con tanto calor», se le llenan los ojos de
lágrimas; recoge con mucho cuidado la muestra del virus de su
microscopio, y lo lleva a un lugar fresco, aireado; lo acuesta en el
refrigerador que tiene para estos casos, y contempla con alegría
cómo, al cabo de unos minutos, la célula parasitada estalla en
millones de retoños de su virus renacido. Entonces sus lágrimas
son de alegría, e ingiere los pequeños virus para que hagan uso de
su cuerpo a sus anchas.
Los primeros síntomas de la gripe le
indican que sus adorados empiezan a actuar, y no deja que nadie
intente curarle.
A veces se interesa por virus más
peligrosos, y aunque le adviertan de las posibles consecuencias,
sigue mimando a sus virus, porque como él dice: «todos somos
criaturas de Dios y tenemos derecho a la vida».
Xavier Martí