ANTOLOGÍA
BÁSICA DE POESÍA DE POSGUERRA: la generación de los 50 y los
“novísimos”.
1. LA
“GENERACIÓN DE LOS CINCUENTA”: siete poetas.
Jaime
Gil de Biedma
(Barcelona
1929-1990)
No
volveré a ser joven
Que
la vida iba en serio
uno
lo empieza a comprender más tarde
-como
todos los jóvenes, yo vine
a
llevarme la vida por delante.
Dejar
huella quería
y
marcharme entre aplausos
-envejecer,
morir, eran tan solo
las
dimensiones del teatro.
Pero
ha pasado el tiempo
y
la verdad desagradable asoma:
envejecer,
morir,
es
el único argumento de la obra.
Por
lo visto”
Por
lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces en que no pudimos.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces en que no pudimos.
Importa
por lo visto el hecho de estar vivo.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, estos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, estos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.
Y
será preciso no olvidar la lección:
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.
CONTRA
JAIME GIL DE BIEDMA
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco…
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Ángel González
(Oviedo, 1925-2008)
Porvenir
Te
llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
El
día se ha ido
Ahora
andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
-ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
-ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entretanto,
la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza.)
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza.)
Sí;
definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto,
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto,
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
Pero
no será igual. Será otro día.
Será
otro perro de la misma raza.
Cumpleaños
de amor
¿Cómo
seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
(de
Sin
esperanza, con convencimiento,
1961)
Me
basta así
Si
yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.
“Canción
de amiga”Nadie
recuerda un invierno tan frío como este.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como este.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como este.
Gloria
Fuertes
(Madrid 1917-1988)
AUTOBIOGRAFÍA
Gloria
Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.
CABRA
SOLA
Hay
quien dice que estoy como una cabra,
lo
dicen, lo repiten, ya lo creo,
pero
soy una cabra muy extraña
que
lleva una medalla y siete cuernos.
¡Cabra!
En vez de mala leche yo soy llanto.
¡Cabra!
Por lo más peligroso me paseo.
¡Cabra!
Me llevo bien con alimañas todas.
¡Cabra!
Escribo en los tebeos.
Vivo
sola. Cabra sola
-que
no quise cabrito en compañía-,
cuando
subo a lo alto de ese valle
siempre
encuentro un lirio de alegría.
Y
vivo por mi cuenta, cabra sola,
que
yo a ningún rebaño pertenezco.
Si
sufrir es estar como una cabra,
entonces
si lo estoy, no dudar de ello.
CUANDO
TE NOMBRAN
Cuando
te nombran,
me
roban un poquito de tu nombre;
parece
mentira
que
media docena de letras digan tanto.
Mi
locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría
pintando todas las paredes,
no
quedaría un pozo
sin
que yo asomara
para
decir tu nombre,
ni
montaña de piedra
donde
yo no gritara
enseñándole
al eco
tus
seis letras distintas.
Mi
locura sería,
enseñar
a las aves a cantarlo,
enseñar
a los peces a beberlo,
enseñar
a los hombres que no hay nada
como
volverme loca y repetir tu nombre.
Mi
locura sería olvidarme de todo,
de
las 22 letras restantes, de los números,
de
los libros leídos, de los versos creados.
Saludar
con tu nombre.
Pedir
pan con tu nombre.
“¡Siempre
dice lo mismo!” dirían a mi paso,
y
yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y
me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a
todas las preguntas responderé tu nombre
-
los jueces y los santos no van a entender nada-,
Dios
me condenará a decirlo sin parar para siempre.
PIENSO
MESA Y DIGO SILLA
Pienso
mesa y digo silla,
compro
pan y me lo dejo,
lo
que aprendo se me olvida,
lo
que pasa es que te quiero.
La
trilla lo dice todo
y
el mendigo en el alero.
El
pez vuela por la sala,
el
toro sopla en el ruedo.
Entre
Santander y Asturias
pasa
un río, pasa un ciervo,
pasa
un rebaño de santas,
pasa
un peso.
Entre
mi sangre y el llanto
hay
un puente muy pequeño,
y
por él no pasa nada,
lo
que pasa es que te quiero.
Agustín
García Calvo
(Zamora 1926-2012)
Libre
te quiero
Libre
te quiero,
como
arroyo que brinca
de
peña en peña.
Pero
no mía.
Grande
te quiero,
como
monte preñado
de
primavera.
Pero
no mía.
Buena
te quiero,
como
pan que nos sabe
su
masa buena.
Pero
no mía.
Alta
te quiero,
como
chopo que en el cielo
se
despereza.
Pero
no mía.
Blanca
te quiero,
como
flor de azahares
sobre
la tierra.
Pero
no mía.
Pero
no mía
ni
de Dios ni de nadie
ni
tuya siquiera.
“Tú,
cuya mano me ha bañado”
Tú,
cuya mano me ha bañado
de un fuego transparente las espaldas,
cuyos ojos en claros naufragios hundieron
algunos principios elementales de mi alma,
tú eres mi patria.
Tú, que no tienes apellido,
que no sé si eres pájaro o si alcándara,
que de todos tus brazos las letras de plomo
cayéndose han ido, como si fueran nueces vanas,
tú eres mis padres
y mi patria.
Tú, que ni tú te acuerdas dónde
tendiste a orear las nubes blancas,
que de tantos amores que tienes confundes
el nombre de todos los días de cada semana,
tú eres mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Tú, que tan dulcemente besas
que el cielo bocabajo se volcaba,
y que no se sabía de quién ya la lengua,
de quién la saliva, de puro sabrosa y templada,
tú eres mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Tú, que apacientas calaveras
por las praderas de la verde África
y a los rojos leones les echas de pasto
las rosas de leche de aquella luna de Sumatra,
tú eres mi ejército
y mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Eres mi ejército y mis leyes
y mi Dios y mis padres y mi patria,
y el ejército y Dios y las leyes y todas
las patrias y padres se creen que tú no eres nada,
que no eres nada.
de un fuego transparente las espaldas,
cuyos ojos en claros naufragios hundieron
algunos principios elementales de mi alma,
tú eres mi patria.
Tú, que no tienes apellido,
que no sé si eres pájaro o si alcándara,
que de todos tus brazos las letras de plomo
cayéndose han ido, como si fueran nueces vanas,
tú eres mis padres
y mi patria.
Tú, que ni tú te acuerdas dónde
tendiste a orear las nubes blancas,
que de tantos amores que tienes confundes
el nombre de todos los días de cada semana,
tú eres mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Tú, que tan dulcemente besas
que el cielo bocabajo se volcaba,
y que no se sabía de quién ya la lengua,
de quién la saliva, de puro sabrosa y templada,
tú eres mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Tú, que apacientas calaveras
por las praderas de la verde África
y a los rojos leones les echas de pasto
las rosas de leche de aquella luna de Sumatra,
tú eres mi ejército
y mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.
Eres mi ejército y mis leyes
y mi Dios y mis padres y mi patria,
y el ejército y Dios y las leyes y todas
las patrias y padres se creen que tú no eres nada,
que no eres nada.
José Ángel
Valente (Orense, 1929-2000)
EL
ESPEJO
Hoy
he visto mi rostro tan ajeno,
tan caído y sin par
en este espejo.
tan caído y sin par
en este espejo.
Está
duro y tan otro con sus años,
su palidez, sus pómulos agudos,
su nariz afilada entre los dientes,
sus cristales domésticos cansados,
sus costumbres sin fe, sólo costumbre.
He tocado sus sienes, aún latía
un ser allí. Latía. ¡Oh vida, vida!
su palidez, sus pómulos agudos,
su nariz afilada entre los dientes,
sus cristales domésticos cansados,
sus costumbres sin fe, sólo costumbre.
He tocado sus sienes, aún latía
un ser allí. Latía. ¡Oh vida, vida!
Me
he puesto a caminar. También fue niño
este rostro, otra vez, con madre al fondo.
De frágiles juguetes fue tan niño,
en la casa lluviosa y trajinada,
en el parque infantil
─ángeles tontos─
niño municipal con aro y árboles.
este rostro, otra vez, con madre al fondo.
De frágiles juguetes fue tan niño,
en la casa lluviosa y trajinada,
en el parque infantil
─ángeles tontos─
niño municipal con aro y árboles.
Pero
ahora me mira ─mudo asombro,
glacial asombro en este espejo solo─
y ¿dónde estoy ─me digo─
y quién me mira
desde este rostro, máscara de nadie?
glacial asombro en este espejo solo─
y ¿dónde estoy ─me digo─
y quién me mira
desde este rostro, máscara de nadie?
A
veces viene la tristeza
A
veces viene
desde la tierra misma la tristeza,
viene desde el amor,
desde la ausencia del amor,
desde la piedra o el vegetal al hombre.
A veces está ahí oscura o despedida
por un pecho inocente.
A veces viene la tristeza de un lugar o del aire,
de la amistad caída o de un nombre vacío.
del sueño o de la infancia,
de una palabra que no pronunciamos,
de lo que creímos y ya no creemos,
de la esperanza y la desesperanza,
de la dura corteza del amor.
A veces viene la tristeza.
A veces hay en la tristeza odio,
ausencia y odio,
ceniza y rostros olvidados,
viejas fotografías y silencio
y una larga desposesión.
A veces viene, irrumpe
como un don invertido,
como un don que se da y no se recibe,
como lo nunca dado a la esperanza
o lo que, en fin, se acepta y da, pero no puede vivir.
A veces viene.
Viene o está.
A veces hay en la tristeza odio
y arrepentimiento y amor.
desde la tierra misma la tristeza,
viene desde el amor,
desde la ausencia del amor,
desde la piedra o el vegetal al hombre.
A veces está ahí oscura o despedida
por un pecho inocente.
A veces viene la tristeza de un lugar o del aire,
de la amistad caída o de un nombre vacío.
del sueño o de la infancia,
de una palabra que no pronunciamos,
de lo que creímos y ya no creemos,
de la esperanza y la desesperanza,
de la dura corteza del amor.
A veces viene la tristeza.
A veces hay en la tristeza odio,
ausencia y odio,
ceniza y rostros olvidados,
viejas fotografías y silencio
y una larga desposesión.
A veces viene, irrumpe
como un don invertido,
como un don que se da y no se recibe,
como lo nunca dado a la esperanza
o lo que, en fin, se acepta y da, pero no puede vivir.
A veces viene.
Viene o está.
A veces hay en la tristeza odio
y arrepentimiento y amor.
No
inútilmente
Contemplo
yo a mi vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida,
la solidez gremial de la injusticia,
la candidez azul de las palabras.
entre el hombre y su sueño de más vida,
la solidez gremial de la injusticia,
la candidez azul de las palabras.
No
hemos llegado lejos, pues con razón me dices
que no son suficientes las palabras
para hacernos más libres.
que no son suficientes las palabras
para hacernos más libres.
Te
respondo
que todavía no sabemos
hasta cuándo o hasta dónde
puede llegar una palabra,
quién la recogerá ni de qué boca
con suficiente fe
para darle su forma verdadera.
que todavía no sabemos
hasta cuándo o hasta dónde
puede llegar una palabra,
quién la recogerá ni de qué boca
con suficiente fe
para darle su forma verdadera.
Haber
llevado el fuego un solo instante
razón nos da de la esperanza.
razón nos da de la esperanza.
Pues
más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra
para cambiar, no inútilmente, el mundo.
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra
para cambiar, no inútilmente, el mundo.
Francisca
Aguirre
(Alicante 1930-2019)
“Hace
tiempo”
Recuerdo
que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.
“Testigo
de excepción”
Un
mar, un mar es lo que necesito.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un
mar, un mar es lo que necesito.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
Tampoco
quiero flores, manos,
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
Yo
solo quiero un mar:
yo solo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
yo solo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
Un
mar, un mar del que ser cómplice.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.
Antonio
Gamoneda (Oviedo, 1931)
Malos recuerdos
La
vergüenza es un sentimiento revolucionario ( KARL MARX)
Llevo
colgados de mi corazón
los
ojos de una perra y, más abajo,
una
carta de madre campesina.
Cuando
yo tenía doce años,
algunos
días, al anochecer,
llevábamos
al sótano a una perra
sucia
y pequeña.
Con
un cable le dábamos y luego
con
las astillas y los hierros. (Era
así.
Era así.
Ella
gemía,
se
arrastraba pidiendo, se orinaba,
y
nosotros la colgábamos para pegar mejor.)
Aquella
perra iba con nosotros
a
las praderas y los cuestos. Era
veloz
y nos amaba.
Cuando
yo tenía quince años,
un
día, no sé cómo, llegó a mí
un
sobre con la carta del soldado.
Le
escribía su madre. No recuerdo:
«¿Cuándo
vienes? Tu hermana no me habla.
No
te puedo mandar ningún dinero...».
Y,
en el sobre, doblados, cinco sellos
y
papel de fumar para su hijo.
«Tu
madre que te quiere.»
No
recuerdo
el
nombre de la madre del soldado.
Aquella
carta no llegó a su destino:
yo
robé al soldado el papel de fumar
y
rompí las palabras que decían
el
nombre de su madre.
Mi
vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero
aunque tuviese el tamaño de la tierra
no
podría volver y despegar
el
cable de aquel vientre ni enviar
la
carta del soldado.
Visita
por la tarde
Entré
en la casa y me quité el abrigo
para
que mis amigos no supieran
cuánto
frío tenían, pero ellos
dijeron:
«Ven, entra en la cocina».
Y
la madre hizo fuego para mí.
No
he podido tener nunca mi fiesta
en
paz como aquel día:
el
vino en la madera; la mirada
de
los niños; las palabras;
el
resplandor del fuego...
Cuando
llegó la noche, la mujer
sacó
las manos del agua
y
separó los cabellos esparcidos
sobre
el rostro cansado.
Y
vi el rostro.
Rostro
cansado: amor.
Y
sonreía.
Caigo
sobre unas manos
Cuando
no sabía
aún
que yo vivía en unas manos,
ellas
pasaban sobre mi rostro y mi corazón.
Yo
sentía que la noche era dulce
como
una leche silenciosa. Y grande.
Mucho
más grande que mi vida.
Madre:
era
tus manos y la noche juntas.
Por
eso aquella oscuridad me amaba.
No
lo recuerdo pero está conmigo.
Donde
yo existo más, en lo olvidado,
están
las manos y la noche.
A
veces,
cuando
mi cabeza cuelga sobre la tierra
y
ya no puedo más y está vacío
el
mundo, alguna vez, sube el olvido
aún
al corazón.
Y
me arrodillo
a
respirar sobre tus manos.
Bajo
y
tú escondes mi rostro; y soy pequeño;
y
tus manos son grandes; y la noche
viene
otra vez, viene otra vez.
Descanso
de
ser hombre, descanso de ser hombre.
2. LOS “NOVÍSIMOS”: dos
poetas.
MANUEL VÁZQUEZ
MONTALBÁN (Barcelona, 1939-)
Como
si fuera esta noche la última vez
Rota
solitaria articulada muñeca
de
sus alas sus gestos
la
gogo girl
reivindica
parcelas de aire
en
un imprevisible océano
sin
rosa de los vientos
sin
norte nocturno, ni sur de estío
la
inutilidad de todo viaje
conduce
a la isla de un pódium
para
bailar la danza de una tonta
muerte
fingida por no fingir la vida
no
no lee hasta entrada la noche
ni
en invierno viaja hacia el sur
pero
tiene bragas de espuma ambarina
sostenes
de juguete un príncipe violeta
la
despeña por los acantilados
del
goce más pequeño
submarinos
ya sus ojos tan nocturnos
la
gogo girl
tiene
la boca entreabierta por el prohibido
placer
de no hablar apenas
sobre
la tierna noche
y
su manto de flores ateridas reposa
su
falsa cabellera de niña emancipada
guitarras
nada eléctricas sumergen despedidas
rómpete
actriz del deseo de amar la vida
como
si fuera
como
si fuera esta noche la última vez.
Nunca
desayunaré en Tiffany
Nunca
desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizá
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el juke-box
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornerá...
y quizá todo sea mejor así, esperando
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizá
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el juke-box
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornerá...
y quizá todo sea mejor así, esperando
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.
PERE GIMFERRER
(Barcelona, 1945)
Arde
el mar
Oh
ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
By
love possessed
Me
dio un beso y era suave como la bruma
dulce como una descarga eléctrica
como un beso en los ojos cerrados
como los veleros al atardecer
pálida señorita del paraguas
por dos veces he creído verla su vestido
(estampado el bolso el pelo corto y
(aquella forma de andar muy en el
borde de la acera.
En los crepúsculos exangües la ciudad es un torneo
de paladines en cámara lenta
sobre una pantalla plateada
como una pantalla de televisión son las imágenes
de mi vida los anuncios
y dan el mismo miedo que los objetos volantes
venidos de no se sabe
dónde fúlgidos en el espacio.
Como las banderolas caídas en los yates de lujo
las ampollas de morfina en los cuartos cerrados de los hoteles
estar enamorado es una música una droga es como
escribir un poema
por ti los dulces dogos del amor y su herida carmesí.
Los uniformes grises de los policías los cascos
las cargas los camiones los jeeps
los gases lacrimógenos
aquel año te amé como nunca llevabas un
vestido verde y por las mañanas sonreías
Violines oscuros violines de agua
todo el mundo que cabe en el zumbido de una línea telefónica
los silfos en el aire la seda y sus relámpagos
las alucinaciones en pleno día como viendo fantasma luminosos
como palpando un cuerpo astral
desde las ventanas de mi cuarto de estudiante
y muy despacio los visillos
con antifaz un rostro me miraba
el jardín un rubí bajo la lluvia
dulce como una descarga eléctrica
como un beso en los ojos cerrados
como los veleros al atardecer
pálida señorita del paraguas
por dos veces he creído verla su vestido
(estampado el bolso el pelo corto y
(aquella forma de andar muy en el
borde de la acera.
En los crepúsculos exangües la ciudad es un torneo
de paladines en cámara lenta
sobre una pantalla plateada
como una pantalla de televisión son las imágenes
de mi vida los anuncios
y dan el mismo miedo que los objetos volantes
venidos de no se sabe
dónde fúlgidos en el espacio.
Como las banderolas caídas en los yates de lujo
las ampollas de morfina en los cuartos cerrados de los hoteles
estar enamorado es una música una droga es como
escribir un poema
por ti los dulces dogos del amor y su herida carmesí.
Los uniformes grises de los policías los cascos
las cargas los camiones los jeeps
los gases lacrimógenos
aquel año te amé como nunca llevabas un
vestido verde y por las mañanas sonreías
Violines oscuros violines de agua
todo el mundo que cabe en el zumbido de una línea telefónica
los silfos en el aire la seda y sus relámpagos
las alucinaciones en pleno día como viendo fantasma luminosos
como palpando un cuerpo astral
desde las ventanas de mi cuarto de estudiante
y muy despacio los visillos
con antifaz un rostro me miraba
el jardín un rubí bajo la lluvia
La
muerte de Beverly HillsEn
las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Altísima noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquella cuyo
cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Altísima noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquella cuyo
cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
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