Al cogedor de teléfonos rara vez se le permite tomar un recado.
En las oficinas donde trabaja, suele pasear entre las mesas esperando que suene algún teléfono; entonces lo coge y, si el oficinista no está allí, le está permitido apuntar el nombre y avisar, discretamente, al destinatario. Es feliz así.
De vez en cuando, es llamado a domicilios particulares para ejercer su oficio.
Según el timbre de la llamada, sabe reconocer a quién va dirigida, tanta es su experiencia; entonces dice: «es para usted...». Nunca escucha la conversación y, si es necesario, permanece en la sala de espera.
Jamás ha atendido una llamada telefónica que preguntara por él.
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